Y te veo nuevamente ahí, zorra… Tu reputación, a
diferencia de que los más compasivos piensan, no te fue concedida en
vano. Y lo sé yo, señor de tus actos, lo sé yo, dueño de tus
pensamientos, lo sé yo, dictador de tus deseos.
Tu
excitación es mi disfrute, siempre estoy disfrutando, es todo un show
el ir en el transporte público contigo, el ver como acción tras acción
lo único que haces es dejar patente lo perra que eres, no haces más que
anhelar esas acciones las cuáles sueles decir que no te agradan, pero no
nos engañemos, te pone que te toque entre la multitud, te pone sentir
como el mero contacto del dorso de mi diestra sobre tu muslo ya te
excita, como esa mano acaba en la parte interna de estos, como sube a tu
ingle, y como te tienta en incontables ocasiones, haciendo que te
muevas buscando el roce con tu húmedo sexo, recibiendo un buen mordisco
en el cuello a modo de reprimenda.
- Disculpa, perrita, pero creo que lo propio no es eso… ¿Y si pruebas a pedirlo como es debido?
Callas
y otorgas, te limitas a asentir, te muerdes el labio inferior, te
acercas y te atreves incluso a aspirar mi aroma, a susurrármelo al oído.
Pero ni tan siquiera eso mereces, perra. Deberías de saber cuál es tu
condición, aceptarla y amoldarte a ella. Y no lo haces, y por ello serás
castigada. Lo
primero que sientes es un firme azote en tu trasero, aún permaneces de
pie pero pronto te insto a que te sientes, haciendo lo propio, junto a
ti, pasando un chaquetón por encima.
- Hace frío, ¿Verdad? - Sí, bueno… Un poco…
Zas.
Un nuevo mordisco en tu cuello el cuál deja resbalar alguna gota de
sangre la cuál no dejo desperdiciar pues pronto mi lengua, rauda la
intercepta. Suspiras de forma agitada, tus pulsaciones se disparan al
sentir mi mano sobre tu ropa interior la cual por cierto está empapada.
Siento un pequeño bultito, algo que sobresale, pero decido indagar más
aún, metiendo esa misma mano bajo tu ropa interior, sintiendo toda la
humedad que ahí se desata, pinzando sin dilación alguna tu clítoris,
algo lo cuál hace que te sobresaltes, alzas la testa, tus mejillas
teñidas de rojo, ardiendo, y la gente preocupada por aquellos sonidos
provenientes de los gemidos los cuáles tratabas de acallar.
Qué quieres, ¿Por qué no me lo dices
directamente? Sé que lo estás deseando. Sé que así mismo la importancia
que puedas darle al que te toque en público es practicamente nula. La
gente te ve y se preocupa, te pregunta el por qué el color de tus
mejillas, por qué tus nerviosos actos, dices que estás nerviosa
simplemente; ¿Sabes lo tentado que estoy de decirles la verdad? ¿No?
Y es en ese justo momento cuándo te cagas
en todo lo más sagrado al sentir como retiro la mano para simplemente
ponerme en pie y hacer amago de contar lo que está ocurriendo, no sabes
bien qué voy a hacer, sabes qué es lo que te gustaría, y no es
precisamente el que mintiese, te reincorporas, aún colorada, sudorosa,
haciendo amago de decir algo, y cuán grande es tu sorpresa cuándo
observas como mi reacción es la de...
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