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2. Juegos de Oficina 1ª Parte
Primera parte. Pensamientos de Valerie.
Era
una mañana como otra cualquiera. Todos habían llegado ya, dudo
muchísimo que hubiese alguno el cuál se atreviese a llegar tarde. Oh,
por favor... ¿Quién podría llegar tarde y perder parte de las ocho
preciadas horas diarias en las cuáles pueden ver tal belleza? -
Obviamente, se refería a ella misma. Valerie se sentó en la silla de su
despacho, inclinándose hacia delante y acariciando la mesa, extendiendo
ambas manos hasta alcanzar a aferrar el filo de esta, practicamente
recostada sobre esta. - Otra aburrida mañana por delante... - Tras
estirarse tal y cómo lo haría una auténtica fiera volvió hacia atrás,
sentándose en la silla, cruzando las piernas de una forma más que
sensual y alentadora para cualquier trabajador que pudiese contemplar
tal escena a traves de casi translúcido cristal que en la puerta dejaba
ver de forma eventual la figura de "La Jefa".
Observo complacida a
los trabajadores, que más que trabajadores eran mirones, es más, se
estaba planteando seriamente el hecho de adquirir varios parches de
estos que llevaban los caballos para no distraerse de su ruta. -
Malditos becarios... - Dos simples palabras que destilaban prepotencia,
arrogancia y todo el poderío que a su vez la daba potestad para
tratarlos de manera tan degradante.
A pesar de todo, Valerie, que
era de lo más "Benévola" se limitaba a pensar que eran simples niños
traviesos... Además, en cierto modo le encantaba que la mirasen, ella
bien sabía por qué solían pedir ir tanto al baño. Decidió salir de su
despacho, observando complacida cómo al mirarlos a todos, uno por uno
ellos iban apartando la mirada, temerosos... Y ella sonreía, le hacía
sentir bien... Esos aires de grandeza... Hasta su perfume destilaba toda
la clase que ella dejaba patente al andar... Miró hacia abajo,
encontrándose con sus bien formados pechos, alcanzando a leer la
plaquita la cuál le identificaba. "Srta. Valerie" Escrito en dorado, con
una letra muy estilizada, ya que no merecía menos.
Acaso...
¿Está mal que me miren...? ¿Está mal que me deseen...? ¿Seré una niña
mala...? Preguntas las cuáles golpeaban su mente sin cesar. Preguntas
retóricas, pues sabe la respuesta... Aún más le gustaría que le
castigasen por ello, por ser una niña mala... Pero desgraciadamente en
esta patética promoción de becarios ineptos no había ninguno que diese
"La talla", era una lástima, con lo que le gustaría jugar... A decir
verdad era raro el día, o más bien la hora la cuál no le apetecía
jugar...
Nací así... Se fijó en un muchacho nuevo, no tenía mala
pinta... - Creo que voy a "incentivarlos" un poco... - Pensó para sí,
mordiéndose el labio inferior, destilando lascivia, estaba deseando
tocarse... Hacía ya casi una hora que no lo hacía, demasiado para ella.
¿Qué culpa tenía de tener semejantes curvas, si con sólo mirarse al
espejo se excitaba ella misma? Hasta ese punto, sí, hasta ese punto
alcanzaba su prepotencia y arrogancia.
Fue andando con esa
sensualidad que le caracterizaba, pasando ante "El nuevo", Bryan parece
se llamaba, o eso ponía en la plaquita de su mesa, miró hacia su
entrepierna, pero parece ser que no le causó una gran impresión. - Eh,
guapito. Quiero este informe para dentro de veinticuatro horas a lo
sumo, en mi despacho, ¿Has entendido? - Inquirió de forma inquisitora.
Sin más dilación se fue, éste hizo amago de contestar pues era un
informe que le llevaría al menos siete días cumplimentarlo, pero ya le
avisaron sus compañeros que lo mejor era no replicarla, así es que lo
único que hizo fue resignarse a su suerte, suspirando, quedando
ensimismado mirando al translúcido cristal que separaba las puertas del
cielo y el infierno.
Valerie entró en su despacho, sentándose en
el sillón y echándolo hacia atrás, para quedar así practicamente
tumbada, extendiendo ambas manos para así coger su metálico maletín y
abrirlo. Tras rebuscar entre papeles y demás encontró a París, un enorme
consolador recubierto -Como no podía ser menos para ella.- de un metal
bastante valioso, platino. - Hmm... Ven aquí pequeño... - Dijo pasándolo
entre sus pechos, aún vestida, colocando ambas piernas sobre el
escritorio, contemplando como el sol incidia en sus carísimos zapatos de
charol. Entre tanto su otra mano ya había subido su ya de por sí
cortísima falda, acariciando sus tersos y suaves muslos. - Un momento...
- Echó una ojeada a las estanterías, todas colmadas de premios y
reconocimientos por su labor de dirección. - Tal vez hoy te castigue,
París... El otro día te tuve que cambiar las pilas tres veces... Tal vez
hoy deje sentir dentro de mí alguno de esos trofeos...
[...]
Entre
tanto, fuera, era más que obvio que todos, todos sin excepción se
encontraban espectantes viendo las acciones desenfrenadas y lujuriosas
de esa translúcida figura. Lo único que lamentaban era que el aislante
acústico fuese tan bueno.
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Categoría: Arkantos | Ha añadido: fran_balerma (2011-03-21)
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